La bomba atómica después de hiroshima y nagasaki. El difícil camino hacia el control de la energía nuclear
En-claves del pensamiento
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias SocialesSi bien es cierto que el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente, supuso la inmediata rendición de Japón y la finalización de la Segunda Guerra Mundial -el conflicto bélico más devastador de la historia de la humanidad-, el mundo se vio atrapado de inmediato entre la incertidumbre y el miedo como consecuencia del inicio de la era atómica. Dada su trascendencia histórica, en el presente artículo daremos cuenta no sólo del proceso de fabricación de la bomba atómica en el marco del Proyecto Manhattan y de su lanzamiento sobre estas dos ciudades niponas, sino del gran reto que supuso alcanzar un acuerdo para preservar el control atómico en un difícil escenario internacional que pronto desembocaría en la Guerra Fría.

			El comandante del
La bomba atómica desencadenó una sucesión de acontecimientos históricos que marcaron el devenir de aquellos días de agosto de 1945, entre ellos, el final de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de una nueva posguerra sobre la que, de inmediato, caería una larga sombra de dudas y sospechas sobre el futuro inmediato de la energía nuclear. Fue Estados Unidos, creadores del artefacto atómico, los primeros en percatarse de su propia fragilidad en el supuesto de que el secreto de su fabricación podía caer en manos de potencias enemigas, tal y como podía haber sido la Alemania de Hitler o, más adelante, la URSS de Stalin. Por eso, y de las muchas lecturas que puede hacerse de aquella coyuntura histórica, una de ellas destaca sobremanera, a saber: la imperiosa necesidad de Estados Unidos y sus aliados cercanos, principalmente Gran Bretaña y Canadá, por establecer un férreo control informativo sobre la fabricación de aquel artefacto devastador y de asegurar, por encima de todo, el secreto atómico.

			Por su importancia, éste será el tema central del presente artículo que vertebraremos en dos grandes apartados: en el primero, se presentará una visión en conjunto de la fabricación de la bomba atómica por parte de los Estados Unidos, de los pormenores de su lanzamiento sobre Hiroshima y Nagasaki, así como de la conmoción mundial que generó el conocimiento de su devastador impacto; en el segundo, se analizará el problema del control de la energía nuclear que se generó a partir de entonces, haciendo hincapié en las grandes dificultades para decidir quién o quiénes debían hacerse cargo del control de semejante artefacto científico y militar. En el apartado final, haremos eco de algunas valoraciones con respecto a la naturaleza de este arma mortal y lo que esto implicó para la humanidad en aquel ensamble histórico que pronto desembocaría en una larga Guerra Fría.

		La bomba atómica se gestó en el ámbito de la comunidad científica. Expertos en física nuclear como Eugene Paul Wigner y Leó Szilárd -ambos judíos de procedencia húngara- estaban convencidos de las posibilidades reales de fabricar una nueva bomba, partiendo de los grandes avances experimentados en torno a la fisión del átomo. Conscientes de sus insondables repercusiones, no ocultaron su preocupación acerca de los progresos científicos que, en materia nuclear, se venían obteniendo en los laboratorios de la Alemania nazi, llegando, incluso, a la conclusión de que un arma tan poderosa podía guiar a Adolf Hitler a la consecución de su sueño de dominación mundial. Alertados por esta circunstancia, decidieron invitar a uno de los científicos estelares del momento, por otra parte, enemigo acérrimo del nazismo: Albert Einstein. Previa aceptación, y como integrante del equipo de investigación, Einstein fue uno de los firmantes de una carta, junto con otros hombres de ciencia, como Enrico Fermi o el propio Szilárd, que fue remitida a Franklin D. Roosevelt con fecha de 2 de agosto de 1939.
Conocedor de tan privilegiada información, el presidente Roosevelt estuvo de acuerdo con el proyecto propuesto por la comunidad científica, convencido de que los resultados obtenidos podían generar un alto impacto, de entrada, en el posterior devenir de la Segunda Guerra Mundial. Con su visto bueno, se daba inicio al llamado Proyecto Manhattan, una iniciativa macro estadounidense apoyada por Gran Bretaña y Canadá. En sus comienzos, nadie podía imaginar cuál habría de ser el resultado final, ni mucho menos que Japón habría de ser el blanco donde sería arrojada la primera bomba atómica, una mañana de agosto de 1945. Desde el principio, todo parecía indicar que el objetivo militar sería Alemania. Al morir el presidente Roosevelt, el 12 de abril de 1945, Harry S. Truman asumiría la presidencia de los Estados Unidos, convirtiéndose, en consecuencia, en el jefe de Estado que habría de tomar las decisiones finales.

			
El Proyecto Manhattan representó el proyecto científico, tecnológico, militar y económico más ambicioso de Estados Unidos en el marco de la segunda gran guerra. Con el mismo, el presidente Truman, un político inexperto en cuestiones internacionales, se encontró con una carta escondida, especialmente después de que el 16 de julio de 1945 fuera exitoso el ensayo de explosión de la primera bomba atómica, en un enclave de Nuevo México llamado Álamo Gordo.

			
A pesar del éxito obtenido en Álamo Gordo, para junio de 1945 la bomba atómica era un elemento desconocido. Los cerca de 150,000 empleados que trabajaban en el Proyecto Manhattan permanecían inmersos en la incertidumbre. Durante la guerra, particularmente, desde diciembre de 1941, cuando Estados Unidos entró en el conflicto, el Proyecto Manhattan se expandió a un ritmo acelerado, sumando multitud de esfuerzos de técnicos, ingenieros y científicos norteamericanos y británicos, así como de refugiados, especialmente, judíos que habían huido de Europa de las invasiones nazis
El 24 de julio de 1945, desde Washington, se mecanografió un cuadro de instrucciones para el comandante general de la Fuerza Aérea Estratégica de Estados Unidos, el general Karl Spaatz, quien había reclamado un documento oficial con reglas precisas para ejecutar el lanzamiento de la bomba atómica.

			
La negativa nipona activó de inmediato el plan norteamericano y el presidente Truman tomó la decisión de usar la bomba en contra de Japón.

			
Al día siguiente, los periódicos de todo el mundo se hicieron eco de la noticia, aun sin tener certeza alguna sobre los efectos provocados por una bomba de la que todos hablaban.

			
El 9 de agosto salieron a la luz los primeros reportes acerca de los devastadores efectos de la bomba atómica. Así, se daba cuenta de la destrucción del más del 60 por ciento de Hiroshima, con una población de 343 000 personas donde prácticamente todas ellas habían sido exterminadas.

			
Apenas podíamos creer lo que estábamos viendo. [...] Hiroshima tembló como si fuera sacudida por un terrible terremoto. [...] arrojamos la primera bomba atómica a las 8.15 horas tiempo de Japón. [...] una inmensa nube de humo se levantó y cubrió por completo a Hiroshima. La explosión nos produjo la misma sensación que se experimenta cuando cerca del aeroplano estallan los proyectiles de las balas antiaéreas y forman un vacío que hace cabecear el aparato.

			
Más allá de las impactantes escenas, lo cierto es que Estados Unidos tenía la certeza de que la bomba atómica acortaría la guerra. Al día siguiente de Hiroshima, el secretario de Guerra estadounidense, Henry L. Stimson, declaró lo siguiente: 'Es perfectamente claro que la posesión por Estados Unidos de tan poderosa arma, aun en su forma actual, constituirá una ayuda tremenda para acortar la guerra'. Con esta declaración de intenciones, avanzaría después algunos pormenores de su fabricación: 'La primera bomba atómica fue arrojada sobre el Japón a las tres semanas justas de que fue sometida a su prueba inicial en un sitio apartado de la base aérea de Álamo Gordo, a 190 kms al S. E. de Albuquerque, Nuevo México'.

			
Los periódicos mexicanos
El lanzamiento de ambas bombas atómicas sobre Japón trajo de inmediato las primeras consecuencias. Así,
En cuanto a las repercusiones para la salud, de inmediato se detectó que los rayos de referencia afectaban extrañamente a la sangre y hacían a sus víctimas presa de una funesta infección. La mayor parte de las personas que se hallaban en un radio de acción de un kilómetro y medio del centro de la explosión, murieron rápidamente, bien a causa del intenso calor, bien por las heridas sufridas al derrumbarse los edificios por la onda expansiva. Muchos de los que escaparon de la muerte, perecieron después como consecuencia de los efectos de los rayos parecidos a los del radio. Según daba cuenta
Los cuestionamientos éticos y morales no se hicieron esperar. De inmediato, los periódicos se preguntaron si los norteamericanos debieron usar gases en contra de los japoneses, y algunos periódicos estadounidenses se cuestionaron si los bombardeos eran necesarios. Por ejemplo, en el diario
El 10 de agosto, cuatro días después del lanzamiento de la primera bomba atómica, y tan sólo uno después de la segunda, Japón envió su primera oferta de rendición por medio del diplomático suizo Max Grässli al secretario de Estado estadounidense James F. Byrnes. Con este gesto se daba inicio a las negociaciones que llevarían a la rúbrica de la rendición incondicional de Japón frente a las fuerzas aliadas y con ello poner fin a la Segunda Guerra Mundial.

			
Consumada la rendición nipona, comenzó a circular en diversos medios la idea de que la guerra había terminado.

			
La finalización de la Segunda Guerra Mundial dejó las primeras consecuencias: la creación de las Naciones Unidas y la emergencia de los Estados Unidos y la Unión Soviética como dos superpotencias por reunir los elementos militares, económicos y políticos suficientes para disputarse el destino de la humanidad.

			
Las reacciones alrededor del mundo no se hicieron esperar. En México, por ejemplo, el presidente Manuel Ávila Camacho declaró que, una vez terminada la guerra, la aspiración debía ser la construcción de una paz 'segura, perdurable, próspera y noble'.

			
En los Estados Unidos, el sentimiento de alivio fue manifiesto no sólo por la finalización de la guerra, sino porque además se convertía en el ganador de la misma. Empero, las preguntas surgieron de inmediato. El mismo 9 de agosto,
A pesar de estas valoraciones, el racismo y sus implicaciones en contra del pueblo japonés no se hicieron esperar. Un reportero del bando aliado escribía en el periódico
En el Japón tendremos que luchar contra un pueblo fanático, convencido de su superioridad y de la 'alta protección' de sus dioses. Tiene, además, la convicción de que no ha sido vencido militarmente y de que su ejército estaba intacto al dictarse la orden imperial de cesar el fuego […]. La única fortuna de esa gente semibárbara, con una ligera capa de civilización que salta con la uña, es el trabajo y un puñado de arroz, con algunas varas de tela bajo una casa de cartón, madera y papel. La vida no vale gran cosa para ellos, sin sus fanatismos, sin sus dioses, sin el lastre de todo lo que se les ha enseñado para explotarlos mejor.

			
No hay duda de que el racismo explícito en estas palabras iba encaminado a justificar el uso de la bomba atómica en contra de los japoneses, además de apoyar las decisiones acordadas por la coalición aliada. Este afán por humillar a Japón no sólo quedó en el ámbito de las opiniones, sino también de las acciones más inmediatas como la rendición japonesa y posterior ocupación estadounidense. El 8 de septiembre de 1945, al entrar el ejército estadounidense en Tokio, la bandera norteamericana fue izada como símbolo de la victoria sobre el Imperio japonés. La bandera fue la misma que ondeaba sobre el Capitolio de Washington el 7 de diciembre de 1941, cuando los japoneses, sin advertencia previa, arremetieron contra Pearl Harbor, arrastrando a los Estados Unidos a la guerra.

			
Por su parte, el presidente Truman se convirtió para la mayoría de los estadounidenses en una figura relevante por llevar a su país a la victoria final y por convertirse en el nuevo poder mundial hegemónico. Un fehaciente ejemplo se dio cuando, en diciembre de 1945, Truman fue designado por la revista
A partir del Proyecto Manhattan, uno de los debates que se abrió al seno de la ciencia estadounidense giró en torno al rol que debía ocupar el científico -por momentos convertido en una especie de
Otro impacto relevante con el cual tuvo que lidiar el gobierno de Washington, se dio en el terreno de la diplomacia internacional respecto al control y al uso de la energía atómica, tal y como se verá a continuación. La situación y el peligro que suscitó este invento científico provocó miedo e incertidumbre en cuanto a su uso. Un ejemplo de ello fueron las palabras de la viuda del presidente Roosevelt, en el sentido de que 'si los Estados Unidos no podían entenderse con otras naciones, la primera bomba atómica en la guerra próxima caería en los Estados Unidos'.

			
En cuanto a Japón, las bombas atómicas representaron, en primera instancia, un cambio geopolítico de consideración, ya que la conclusión de la guerra, como se mencionó anteriormente, implicó el fin del Imperio japonés en ultramar y la devolución de las posesiones que había acaparado en su rápida carrera expansionista.

			
El lanzamiento de las dos bombas atómicas trajo consigo implicaciones duraderas, comenzando por el gran impacto en la diplomacia mundial, especialmente, en la norteamericana.

			
Como se ha visto más arriba, el final de la Segunda Guerra Mundial coincidió con el descubrimiento y utilización de la fuerza atómica como un arma de capacidad destructiva nunca antes imaginada. Desde entonces y hasta la fecha, no hay duda de que esta energía basada en la fisión controlada del átomo ha sido un poderoso elemento de perturbación de la conciencia y ha condicionado sobremanera el devenir de las relaciones internacionales. La nueva arma provocó las más diversas y encontradas especulaciones, destacando una de ellas por encima del resto: los poseedores del secreto atómico habían encontrado la solución final -única, indiscutible e irrebatible- a todos los conflictos sociales, a todas las disputas entre las naciones y a todas las diferencias ideológicas y políticas. Aquel país, o países, en posesión del secreto atómico tendrían la capacidad de erigirse como árbitros supremos del destino humano. A partir de agosto de 1945, la energía nuclear era símbolo de hegemonía mundial.

			
Dadas las circunstancias, el control de la energía nuclear se convirtió en un tema prioritario, de entrada, para disuadir la incertidumbre, aminorar el miedo y, sobre todo, para no deteriorar las relaciones internacionales más de lo que ya estaban. Así, las conversaciones alrededor del control sobre la bomba atómica fue uno de los temas más tratados por la diplomacia de posguerra, habida cuenta de que el nuevo artefacto había cambiado de manera radical el viejo concepto del 'interés nacional', agregándose un nuevo y determinante factor: la extinción humana como una posibilidad innegable.

			
La división de opiniones se hizo patente cuando se planteó la pregunta sobre quién debía ser el depositario del conocimiento de todo aquello que giraba en torno a la energía nuclear. De una parte, estaban aquellos partidarios de un control exclusivamente estadounidense y, de la otra, quienes apoyaban la tesis de que fuera la Organización de las Naciones Unidas, de reciente creación, la que se hiciera responsable del control atómico a través del Consejo de Seguridad. Como vimos en el apartado anterior, la fabricación de la bomba atómica se hizo con el mayor secretismo y, por consiguiente, sin ningún tipo de intervención diplomática. Durante las primeras fases del Proyecto Manhattan, la bomba se concebía como un instrumento más de destrucción puesto al servicio de la guerra, aunque, como ardid diplomático y de poder por parte de los Estados Unidos, tenía que usarse también para mostrar y demostrar su existencia al Kremlin.

			
Día con día, el miedo y la incertidumbre se veían reflejados en los periódicos de la época. Desde las páginas de
Pero no sólo en los periódicos, sino también en algunos manuscritos jurídicos aprobados, se hizo sentir esta problemática planteada. Tal fue el caso del Acta McMahon, que autorizaba al gobierno para dar licencia a la creación de reactores nucleares con una finalidad civil.

			
La necesidad de establecer un control sobre el energía nuclear se hizo también patente al abordar su aprovechamiento para usos estrictamente pacíficos.

			
El control de la energía atómica era visto por muchos como una tarea única y exclusiva de las Naciones Unidas, a través del Consejo de Seguridad, bajo el argumento de que un descubrimiento como la bomba atómica no podía ser monopolizado por un único país, sino que debía ser un patrimonio de todos.

			
Sin embargo, aquello era una cuestión de tiempo. Se supo, por ejemplo, que Japón había realizado investigaciones sobre la bomba atómica durante la segunda gran guerra, aunque los experimentos fracasaron a causa de que los físicos japoneses llegaron a conclusiones erróneas y las súper fortalezas B-29 destruyeron el laboratorio de Tokio donde se llevaban al cabo las investigaciones.

			
El 3 de octubre de 1945, Truman pronunció un importante discurso ante el Congreso de los Estados Unidos, donde manifestó que el problema del control de la energía nuclear era tan urgente que no podía esperarse a que Naciones Unidas optara por una solución definitiva. 'La esperanza de la civilización -declaró el presidente estadounidense- radica en la decisión de renunciar al empleo y desarrollo de la bomba atómica y en el de dedicar la energía únicamente a fines humanitarios. De otra forma, la única alternativa que puede haber será la de emprender una desesperada carrera por armarse que tal vez termine en un desastre'.

			A su vez, y en otro momento de su discurso, Truman advirtió que la liberación de la energía atómica constituía 'un acontecimiento demasiado revolucionario como para ser considerado dentro del marco de las viejas ideas', por lo que 'la civilización [exigía] que alcancemos en el menor tiempo posible un ordenamiento satisfactorio para el control de la energía atómica de modo que llegue a ser una influencia poderosa y eficaz en el mantenimiento de la paz mundial en lugar de un instrumento de destrucción'. Finalmente, dejó el siguiente mensaje premonitorio: 'La esperanza de la civilización se basa en la posibilidad de concluir acuerdos internacionales que lleguen, en lo posible, a la renunciación del uso y desarrollo de la bomba atómica'.

			
Con este nivel de apremio, en noviembre de 1945 se llegó finalmente a un acuerdo general en torno a los pasos que debían darse para que un grupo internacional tuviese bajo su responsabilidad la vigilancia de la fabricación de la bomba atómica.

			
El acuerdo mereció su aceptación por parte de la comunidad internacional. De hecho, el primer ministro de Canadá, Mackenzie King, llegó a manifestar que, para preservar a la civilización de una destrucción atómica, era 'necesario renunciar hasta cierto grado a la soberanía nacional, con el fin de establecer alguna forma de gobierno mundial'.

			
La cesión de soberanía nacional en beneficio de un gobierno mundial, capaz de supervisar la producción nuclear, no era un tema menor. El propio primer ministro canadiense declaró que la única solución para prevenir al mundo de la amenaza nuclear era que los Estados abandonaran sus tradicionales ideas sobre la soberanía. Así, cualquier plan conducente a controlar, reglamentar, inspeccionar o ilegalizar la energía atómica habría de exigir una modificación en la idea de que cada Estado nacional era la autoridad suprema dentro de su territorio. Si la solución pasaba por aquí, el problema de fondo era cómo encontrar la fórmula de cesión de esa parte de soberanía para la producción de la energía atómica. Dos opciones se pusieron sobre la mesa: la primera, la que obligaba a los Estados a renunciar a su derecho de veto -reconocido en la Carta de San Francisco de junio de 1945-, sometiéndose en un momento dado a las decisiones y juicios de una mayoría de Estados nacionales; la segunda, la que abogaba por gestar un marco regulatorio que obligara directamente a los individuos, lo que significaba su enjuiciamiento en cualquier lugar y bajo los principios del Derecho Internacional sin que su propio Estado pudiera garantizarle ningún tipo de inmunidad.

			
Como era previsible, el problema planteado en torno al control atómico se vivió de manera diferente en aquellos países interesados en conseguir el secreto y en poder manejar la energía nuclear conforme a sus intereses geoestratégicos. Por ejemplo, la Unión Soviética de Stalin mostró su cautela en un principio hasta el grado de restarle importancia. Sin embargo, y una vez transcurrido poco más de un mes desde Hiroshima y Nagasaki, los rusos se posicionaron en la revista moscovita
Por su parte, y como era de prever, Estados Unidos fue el más interesados en manejar el capítulo del control de la energía atómica conforme a sus intereses nacionales. En el diario estadounidense
Las discusiones sobre el control llegaron al Congreso de los Estados Unidos, quienes esperaban recomendaciones del presidente Harry S. Truman acerca de lo que debía hacerse con la bomba atómica. El senador Arthur H. Vandenberg, republicano de Michigan, pidió mientras tanto que se creara una comisión mixta, compuesta por seis miembros del Senado y otros tantos de la Cámara, para que hiciera 'un cabal y completo estudio e investigación referente al invento y manejo de la bomba atómica'. A su vez, el senador McMahon, demócrata de Connecticut, presentó una iniciativa señalando que el uso y aplicación de la energía atómica debía ser 'vigilados por el gobierno federal para beneficio del país', exigiendo además 'la prohibición de la explotación privada del invento'.

			
Mientras tanto, el Senado estadounidense venía recibiendo innumerables demandas de la población para que la bomba atómica fuera definitivamente proscrita mediante un convenio internacional, por tratarse de un arma 'demasiado terrible para ser usada otra vez'.

			
La tesis de que el control atómico quedase en manos de Estados Unidos mereció el beneplácito de la prensa mexicana. El periódico
Por su parte, Gran Bretaña quería apoyar la investigación experimental en todos los aspectos vinculados con la energía atómica, tal y como hizo público el primer ministro Clement R. Atlee.

			
Por de pronto, la tesis que gozaba de más adeptos era depositar la confianza en Naciones Unidas, lo que suponía quitar el monopolio del secreto y control atómicos a Estados Unidos. Sometidas las plantas industriales a la inspección internacional, se creía en ese entonces que se pondría el fin definitivo a la fabricación de bombas atómicas.

			
Recordemos que esta organización internacional se creó el 24 de octubre de 1945, y desde el primer día tuvo el gran reto de configurar el mundo de la posguerra, incluido el gran desafío de controlar la energía atómica. Tras una cruenta guerra mundial, fueron muchas las esperanzas depositadas en esta nueva organización. Según
Entre los partidarios de depositar la confianza en las Naciones Unidas se encontraba el primer ministro británico Attlee,

			
El debate sobre el manejo, experimentación y control de la energía nuclear no sólo quedó en manos de políticos y científicos, sino también contó con la aportación de la sociedad civil, por ejemplo, a través de la Conferencia Mundial de la Juventud, celebrada a principios de noviembre de 1945. A su término, se consensuó un documento donde se exigía, primero, que el control de la energía atómica fuese internacionalizado y administrado por las Naciones Unidas; segundo, que los descubrimientos científicos y técnicos fuesen utilizados en bien de la humanidad, y, por último, que los criminales de guerra fuesen castigados sin demora.

			
Como vimos anteriormente, Estados Unidos fue partidario de ser el único guardián del secreto atómico y, en todo caso, hacían depender su revelación a la presencia de un marco de garantías, consensuado y aprobado por todas las naciones.

			
A pesar de todo esto, en noviembre de 1945, los Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá reconocieron que, si bien era indispensable intercambiar con ciertas naciones los conocimientos científicos en torno a la energía nuclear, se tornaba muy peligroso revelar el secreto de la fabricación de la bomba atómica en aquellos primeros momentos de la posguerra. Además, se reveló que sería creada una comisión especial en el seno de Naciones Unidas a fin de hacer desaparecer la amenaza atómica, precisando las proposiciones que debía hacer.

			
Aun así, el choque de opiniones era evidente en Estados Unidos. Por una parte, el presidente Truman anunciaba al Congreso que el control de la bomba atómica se encontraba en buenas manos y que nadie podía temer por un uso ilegal del secreto; por la otra, el jefe de la delegación norteamericana en las Naciones Unidas, Edward Stettinius, se mostraba partidario de que la bomba atómica, al igual que el resto de las armas modernas, debían quedar bajo jurisdicción exclusiva de Naciones Unidas, en su condición de organismo internacional encargado de la preservación de la paz. Eso sí, éste fijaba como condición indispensable un correcto funcionamiento de este organismo internacional.

			
Sin embargo, a pesar de que Naciones Unidas surgió como resultado de grandes expectativas, la recién creada organización tendría mucho trabajo por delante para eliminar el gran escepticismo reinante tras la guerra, ya que la humanidad tenía muchos motivos para sentirse desilusionada en cuanto a la sinceridad y efectividad de los acuerdos internacionales como la ya mencionada Acta McMahon. En ese momento, las opiniones se centraban en que la organización pudiera invocar a los Estados a respetar la normatividad comunitaria e incluso a reclamar a sus respectivos gobiernos a que sus conciudadanos actuaran conforme al espíritu común. Una violación de los acuerdos supondría incurrir en un crimen por el cual los individuos podían ser juzgados y castigados.

			
De cualquier modo, a nadie se le escapaba que Naciones Unidas sólo podía tener el control sobre la bomba atómica en la medida en que se diera la tan necesaria cooperación internacional. En los estertores de la Segunda Guerra Mundial, éste fue el verdadero mensaje que cruzó la faz de la tierra: 'Debemos encontrar la paz o encontraremos la destrucción completa'.

			
No obstante, los más tenaces internacionalistas se dieron cuenta de que era excesivamente utópica y hasta ridícula la idea de que los que poseían el arma atómica y sus múltiples secretos fueran a depositarlos en algún emporio del internacionalismo jurídico como Ginebra o La Haya.

			
A pesar de la bondad de la idea, y de las dificultades que enredaban cualquier propuesta de control sobre la energía atómica, los responsables de las relaciones exteriores de los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética anunciaron en diciembre de 1945 los acuerdos a los cuales llegaron respecto a los gobiernos de Japón y Corea y sobre la vigilancia de Naciones Unidas en relación con la energía atómica. En un largo parte, los ministros propusieron que Naciones Unidas, por medio de sus organismos de seguridad y vigilancia, habrían de procurar que la energía atómica fuese usada únicamente para fines pacíficos.

			
En resumen, el control de la bomba atómica venía siendo un tema muy difícil de manejar, y más tomando en cuenta de que Naciones Unidas no era sino un organismo internacional de reciente creación y con un nivel de desarrollo y hasta de compromiso institucional aún incipiente. Se trataba, eso sí, de un primer paso hacia la cooperación internacional, por medio de la cual los pueblos del mundo podían concebir nuevas instituciones y acuerdos que la paz y la seguridad requerían de ahí en adelante.

			
A decir verdad, y desde la década de los cincuenta hasta la fecha, se han ido poniendo los cimientos no sólo para el control de la energía nuclear con fines bélicos, sino para abrigar la firme esperanza de un mañana sin la bomba atómica. A este respecto, y de manera sucinta, reseñar que el 29 de julio de 1957 empezó a funcionar en Viena el Organismo Internacional de Energía Atómica, perteneciente a las organizaciones internacionales vinculadas con la ONU y cuyo fin último sería el fomento de la energía nuclear para fines de paz, salud y prosperidad en el mundo. El origen de este organismo internacional estuvo inspirado en el discurso que el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower pronunció en la Asamblea General de la ONU aquel 8 de diciembre de 1953 bajo el prominente título de 'Átomos para la paz'.

			
El 5 de agosto de 1963, y tras la crisis de los misiles cubanos, Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética firmaron el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares que, entre otros requerimientos, prohibía los ensayos nucleares en la atmósfera, bajo el agua y en el espacio. Si bien Francia y China, ambas potencias nucleares, se negaron a firmarlo, aquel compromiso fue verdaderamente promisorio, puesto que, tan sólo unos años después, en el marco de la Guerra Fría, tuvo lugar la firma -primero de julio de 1968, con entrada en vigor desde el 5 de marzo de 1970-, del Tratado de No Proliferación Nuclear, a través del cual se prohibía a los 'Estados no nucleares' la posesión, manufactura o adquisición de armas nucleares, mientras que los 'Estados nucleares' -los Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China- se comprometían a evitar toda transferencia tecnológica sobre armas nucleares a los países no nucleares. La aspiración última de este tratado no era otra que el desarme nuclear total y definitivo.

			Siguiendo con esta línea del tiempo, el 10 de septiembre de 1996, y previa aprobación de la Asamblea General de las Naciones Unidas -158 votos a favor, 3 en contra y 5 abstenciones- tuvo lugar la firma del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, que venía a prohibir la ejecución de ensayos nucleares por parte de los países firmantes. En la actualidad, este tratado fue firmado por 178 países de un total de 195, con la notable excepción, eso sí, de los Estados Unidos y China.

			
De cualquier modo, y como se ha puesto de manifiesto en estas páginas, el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki en aquellos días de agosto de 1945 representó un antes y un después en la historia de la humanidad. El hongo atómico causó una profunda conmoción mundial que abrió paso a una nueva época de confusión, incertidumbre y de múltiples preguntas sin respuesta. De inmediato, la celebración de la victoria aliada dio paso a las dudas que se abrieron en torno al control de aquel artefacto nuclear. Estados Unidos había demostrado su hegemonía científica y militar, aunque acabarían siendo los primeros en percatarse de que aquella primicia tecnológica tenía un carácter estrictamente momentáneo y que, tarde o temprano, la fórmula de la fisión del átomo quedaría en manos de otras potencias aliadas o rivales.

			
De ahí la tesitura que se planteó en aquel otoño de 1945, y de la que aquí hemos dado cuenta, de si Estados Unidos debía quedarse con el secreto y control de la bomba atómica o si debía quedar bajo la custodia de un organismo internacional de reciente creación como Naciones Unidas, con el fin último de evitar un nuevo Hiroshima o Nagasaki. Desde el punto de vista racional, la respuesta más lógica era que, más allá de su erradicación por completo, la energía atómica pudiera controlarse de manera adecuada para múltiples usos civiles, entre otros, para fines médicos.

			
Por todo ello, la bomba atómica fue el tema central de aquel tiempo de posguerra. No faltaron quienes abogaron por su total erradicación para que nunca más se diera la posibilidad de fabricar un artefacto igual o de similares características. Ciertamente, los Estados Unidos fueron los que gozaron del privilegio de conocer la fórmula de la fisión de átomo para un uso militar. Para conocimiento de todos,
Mucho se ha usado el argumento de que la bomba atómica ayudó a que la Segunda Guerra Mundial terminara más rápido y a que Japón se rindiera de manera definitiva, logrando así que muriera menos gente de la que hubiera perecido si ésta se prolongaba. Sin embargo, desde el año de 1943 la suerte del Eje Roma-Berlín-Tokio estaba sellada. En Stalingrado, los soviéticos habían contenido ya a los alemanes y por el frente del Pacífico la marina había advertido al Emperador Hirohito, en ese mismo año, que la derrota de Japón era inevitable.

			
Con esta aseveración final, que nos invita a reflexionar sobre si en realidad era necesario lanzar la bomba atómica, ponemos el punto final a estas páginas. El problema del control de la bomba atómica acabó siendo un arma diplomática -y de poder-, que tuvo su particular carácter ofensivo, más aún cuando aquel tiempo de paz pronto daría lugar a un enfrentamiento simbólico entre dos grandes bloques antagónicos liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética, ambas potencias con una capacidad nuclear para una destrucción de impredecibles consecuencias. Para mediados del siglo XX, la amenaza del exterminio de la vida había ensombreciendo el planeta. Por eso, y parafraseando a Albert Einstein, el poder desatado del átomo lo había cambiado todo y, por consiguiente, la humanidad podía deslizarse hacia una catástrofe sin paralelo. Tal vez, los científicos responsables de la creación del artefacto atómico debieron hacer lo mismo que Leonardo da Vinci al inventar el primer submarino de la historia, esto es, romper los planos por temor a que el hombre lo utilizara para destruir la civilización.

			
Desgraciadamente, el género humano no pensó como Leonardo.

		Anderson, Clinton P. “Usos pacíficos de la energía atómica”. En . México: Editorial Novaro, 1966.
Andrés, Gabriel E., “The International Atomic Energy Agency’s Safeguards System”. , núm. 11 (2008): 87-118.
Apikyan, Samuel y David Diamond. . Armenia: Springer, 2009.
Atholl, Justin. . Barcelona: Ediciones Destino, 1952.
Baldwin, Hanson W. “La decisión sobre Hiroshima”. En . México: Editorial Novaro , 1966.
Baltazar Ayala, Víctor Manuel. . Guanajuato: Imprenta Universitaria, 1996.
Blackett, Patrick Maynard Stuart. . México: España-Calpe, 1950.
Carpintero, Natividad. . Madrid: Editorial Díaz de Santos, 2012.
Ferguson, Charles. . Oxford: Oxford University Press, 2011.
Finney, John. “Introducción”. En . México: Editorial Novaro , 1966.
Gigon, Fernand. . Barcelona: Seix Barral, 1960.
Giovannitti, Len y Fred Freed. . Barcelona: Editorial Diana, 1968.
Hernández-Flórez, Cristhian E. “Tecnología nuclear: una historia de catástrofes y progresos”. , 25, núm. 3 (2012), 179-187.
Lapp, Ralph E. “La carta de Einstein”. En . México: Editorial Novaro , 1966.
Preston, Diana. . México: Sevilla Editores, 2008.
Rovere, Richard H. “La bomba y la política internacional”. En . México: Editorial Novaro , 1966.
Smyth, Henry de Wolf. . México: Espasa Calpe, 1946.
Smyth, Henry. . México: Universidad Autónoma Metropolitana, 1995.
Stonier, Tom. . México: Editorial Diana, 1968.
En palabras de Henry Smyth, 'el principio de la operación de una bomba atómica o de una planta eléctrica basada en la fisión del uranio es relativamente sencillo'. Smyth, Henry. . México: Universidad Autónoma Metropolitana, 1995.Henry Smyth,
Baltazar Ayala, Víctor Manuel. . Guanajuato: Imprenta Universitaria, 1996.Víctor Manuel Baltazar Ayala,
Finney, John. “Introducción”. En . México: Editorial Novaro , 1966.John Finney, introducción a
Lapp, Ralph E. “La carta de Einstein”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Ralph E. Lapp, 'La carta de Einstein'
'Harry S. Truman, de 60 años, no sabía casi nada acerca del Proyecto Manhattan ni de su potencial para ganar la guerra. Sin embargo, en las primeras 24 horas de su presidencia fue informado por el secretario de Guerra, Henry L. Stimson, quien le habló 'del desarrollo de un nuevo explosivo con un poder destructivo casi increíble''. Preston, Diana. . México: Sevilla Editores, 2008. Diana Preston,
En el informe de la Secretaría de Guerra estadounidense se decía lo siguiente: 'Un arma revolucionaria, instalada en una torre de acero y destinada a cambiar la guerra tal y como la conocemos, o que inclusive podría convertirse en el instrumento para poner fin a todas las guerras, se hizo estallar con tal impacto que marcó la entrada de la humanidad a un nuevo mundo físico'. Smyth, Henry de Wolf. . México: Espasa Calpe, 1946. Smyth,
Smyth, Henry de Wolf. . México: Espasa Calpe, 1946. Henry de Wolf Smyth,
Baldwin, Hanson W. “La decisión sobre Hiroshima”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Hanson W. Baldwin, 'La decisión sobre Hiroshima', en
De la
La orden decía: 'El Grupo Compuesto 509, de la 20 Fuerza Aérea, lanzará la primera bomba especial en cuanto el tiempo permita visibilidad para el bombardeo después del 3 de agosto de 1945, en uno de los blancos: Hiroshima, Kokura, Niigata y Nagasaki'.
La declaración decía: 'Nos dirigimos al gobierno del Japón para que proclame de inmediato la rendición incondicional de todas las fuerzas armadas japonesas, y que proporcione garantías propias y adecuadas de su buena fe en tal acción. La alternativa para el Japón es la destrucción rápida y absoluta'. Baldwin, Hanson W. “La decisión sobre Hiroshima”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Baldwin, 'La decisión sobre Hiroshima', 50.

			Acerca de los pormenores en torno al lanzamiento de las dos bombas atómicas, véase Giovannitti, Len y Fred Freed. . Barcelona: Editorial Diana, 1968.Len Giovannitti y Fred Freed,
Baldwin, Hanson W. “La decisión sobre Hiroshima”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Baldwin, 'La decisión sobre Hiroshima', 53.

			'La
Baldwin, Hanson W. “La decisión sobre Hiroshima”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Baldwin, 'La decisión sobre Hiroshima', 55.

			'Truman anuncia el empleo de la bomba atómica',
'Son desatados por la bomba atómica norteamericana',
Uno de los titulares de
'No hay detalles de los estragos de esta bomba',
Baldwin, Hanson W. “La decisión sobre Hiroshima”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Baldwin, 'La decisión sobre Hiroshima', 55. El periódico señaló que, a pesar de las múltiples víctimas ocasionadas, la bomba atómica serviría para 'ahorrar vidas norteamericanas y japonesas'. 'Se cree que la rendición del Japón es cuestión de semanas',
'No hay detalles de los estragos de esta bomba',
'Ya se perfeccionó la bomba',
'Casi la tercera parte de la industrial ciudad de Nagasaki ha desaparecido',
'No quedó un solo ser vivo en Hiroshima',
'Primeras revelaciones que se hicieron en Álamo Gordo, N. M.',
'Fantásticos efectos de los rayos que emiten las bombas atómicas',
'Primeras revelaciones', 12.

			'Se forma en Japón un gabinete liberal',
Corl Palmer, 'Atómica y gases',
Lapp, Ralph E. “La carta de Einstein”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Lapp, 'La carta de Einstein'
Fletcher Pratt, 'A qué se atiene el Japón',
Luis Araquistáin, 'Intermedio de la bomba atómica',
Japón aceptaba la Declaración de Potsdam bajo el entendimiento de que ésta no implicara demanda alguna que perjudicara las prerrogativas de Su Majestad Hirohito como gobernante soberano. En Baldwin, Hanson W. “La decisión sobre Hiroshima”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Baldwin, 'La decisión sobre Hiroshima', 56.

			La rendición de Japón decía así: 'El Cuartel General Imperial, por instrucciones del Emperador y de conformidad con la rendición, ante el Comandante Supremo de las Potencias Aliadas, de todas las fuerzas armadas japonesas, ordena por la presente a todos sus comandantes en el Japón y en el extranjero que obliguen a las fuerzas armadas japonesas y demás fuerzas dominadas por los japoneses, que cesen las hostilidades inmediatamente, que depongan las armas, que permanezcan en donde se hallan y que se rindan incondicionalmente a los comandantes que representen a los Estados Unidos, la República de China, el Reino Unido, el Imperio Británico y la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, tal como se indica aquí o lo disponga después el Comandante Supremo de las Potencias Aliadas'. 'Primera Orden General de la Rendición', en
En el periódico
En palabras de Keith Wheeler, los japoneses no querían hablar más de la guerra, 'totalmente liquidada para ellos',
'El nacimiento de las Naciones Unidas tuvo lugar en la reunión celebrada entre el primer ministro británico Winston Churchill y el presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt, en agosto de 1941, quienes suscribieron una declaración conjunta conocida como la Carta del Atlántico'. Baltazar Ayala, Víctor Manuel. . Guanajuato: Imprenta Universitaria, 1996.Baltazar,
Baldwin, Hanson W. “La decisión sobre Hiroshima”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Baldwin, 'La decisión sobre Hiroshima', 57.

			Véase, por ejemplo, 'La desintegración atómica puede lograr la juventud perpetua', en
'Truman anuncia el empleo de la bomba atómica',
'La bomba atómica neutraliza el polvorín balcánico',
Finney, John. “Introducción”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Finney, introducción, 13.

			'Terremotos artificiales en el Japón',
'No quedó', 11.

			'Junta extraurgente del gabinete nipón para discutir cambios por la bomba de átomos',
Cor Tracy, 'Comentario internacional',
'Tokio fue ocupada hoy militarmente',
Finney, John. “Introducción”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Finney, introducción, 18.

			Dorothy Thompson, 'Las masas: bomba atómica',
'La rendición del Japón',
Luis Lara Pardo, 'La fuerza del Japón',
Este sentimiento nacionalista y patriótico de los japoneses se debía al sintoísmo, religión nacional donde se mezclan el dogma teológico y el histórico patriotismo. Según ésta, el emperador desciende de Amaterasu -la diosa del Sol- y sus súbditos participan de su esencia celeste. De dicho origen, los sacerdotes sintoístas deducían el derecho eminente del Imperio del Sol Naciente a dominar al mundo y desde luego a los blancos, seres de razas inferiores condenados a la esclavitud. Véase 'Los blancos en Tokio',
'Se forma en Japón un gabinete liberal',
Rovere, Richard H. “La bomba y la política internacional”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Richard H. Rovere, 'La bomba y la política internacional', en
El sentimiento de vulnerabilidad se apoderó de la sociedad estadounidense a raíz de lo sucedido en Hiroshima y Nagasaki. He aquí el siguiente fragmento: 'El número de muertes que podrían resultar de la detonación de una sola bomba atómica de 20 megatones sobre la ciudad de Nueva York, podría exceder diez veces el número total de bajas que han sufrido los Estados Unidos en todos sus campos de batalla en toda su historia anterior'. Stonier, Tom. . México: Editorial Diana, 1968.Tom Stonier,
He aquí la siguiente puntualización: 'La bomba atómica en su actual estado de desarrollo eleva el poder destructor de un único bombardero a un valor que es 50 a 250 veces el anterior, dependiendo esto de la naturaleza y tamaño del blanco. La capacidad destructora [...] está fuera de toda duda. [...] Se necesitarían unas 200 salidas de aviones B-29 con explosivos de alto poder para igualar el efecto de una salida con bomba atómica. Éste fue el caso de Hiroshima y el de Nagasaki'. Blackett, Patrick Maynard Stuart. . México: España-Calpe, 1950.Patrick Maynard Stuart Blackett,
Para este influyente periodista, la sola amenaza de la bomba atómica era garantía para 'mantener a raya el totalitarismo', hasta convertirla en 'una poderosa influencia para la conservación de la paz mundial'. Fernando Ortiz Echagüe, 'La bomba atómica',
Rovere, Richard H. “La bomba y la política internacional”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Rovere, 'La bomba'
Rovere, Richard H. “La bomba y la política internacional”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Rovere, 'La bomba', 131.

			El Acta McMahon estipulaba lo siguiente: 'El efecto del uso de la energía atómica para propósitos civiles sobre las estructuras social, económica y política actuales no puede determinarse. Sin embargo, es razonable anticipar que el dominio de esta nueva fuente de energía causará cambios profundos en nuestro modo de vida presente'. Anderson, Clinton P. “Usos pacíficos de la energía atómica”. En . México: Editorial Novaro, 1966.Clinton P. Anderson, 'Usos pacíficos de la energía atómica'
El obrerismo americano fue uno de los principales precursores de la utilización de la energía atómica para usos pacíficos, ya que podría mejorar la vida de los seres humanos y 'ennoblecer su ocupación hasta un grado tal, que los inventos anteriores parecieran insignificantes'.
Anderson, Clinton P. “Usos pacíficos de la energía atómica”. En . México: Editorial Novaro, 1966.Anderson, 'Usos pacíficos'
'El uso de la energía atómica',
Lara Pardo, 'El uso', 4.

			'Japón investigaba la fuerza atómica',
Jay G. Hayden, 'La bomba y los rusos',
Blackett, Patrick Maynard Stuart. . México: España-Calpe, 1950.Blackett,
'Truman y Attlee decidieron el destino de la bomba atómica',
Lara Pardo, 'El uso', 4.

			'Control técnico y científico de la atómica para la paz',
Walter Lippmann, 'Soberanía y bomba',
Lippmann, 'La declaración atómica', 3.

			Ortiz Echagüe, 'La bomba atómica', 3.

			'Propone Truman que el gobierno federal controle y vigile la fuerza atómica',
'Piden en el Senado de los Estados Unidos que se proscriba la bomba atómica',
'Cooperación mundial para proscribir el uso de la atómica',
'Tío Sam probará la espantosa atómica',
'Sombríos augurios de guerra atómica, hace Arnold',
'Temen la destrucción atómica de las ciudades de EE. Unidos',
'La energía atómica en los usos de la paz',
'Qué gran hombre, ese Stalin, pero no le den la bomba atómica, declaró W. Churchill',
Fernando Ortiz Echagüe, 'La atómica ha causado el más grave embrollo internacional',
'Decisiva arma para hacer la paz',
'Truman y Attlee discuten acerca de la bomba',
'No guardarán ya el secreto de la atómica',
'Control universal de la energía atómica',
Ortiz Echagüe, 'La bomba atómica', 3.

			En palabras de Blackett, 'en los meses que siguieron al estallido de las dos bombas atómicas en Japón, [se tuvo la convicción] de que las guerras contra las grandes potencias podían ganarse con fuerzas extremadamente reducidas, siempre que dichas fuerzas poseyeran una provisión adecuada de bombas atómicas'. Blackett, Patrick Maynard Stuart. . México: España-Calpe, 1950.Blackett,
Las proposiciones eran las siguientes: '1) Extender a todas las naciones la información científica básica que puedan ser intercambiadas con un fin pacífico; 2) Establecer el control de la energía atómica en la medida necesaria para garantizar que su enemigo se limite a fines pacíficos; 3) Lograr la suspensión de las armas atómicas y de todas las armas bélicas que puedan destruir colectividades enteras y 4) Proteger a las naciones contra la mala fe y la agresión eventual garantizando la vigilancia de la fabricación de estas armas'.
Ortiz Echagüe, 'La bomba atómica', 3.

			Lippmann, 'La declaración atómica', 3.

			'La bomba atómica neutraliza el polvorín balcánico',
Araquistáin, 'Intermedio', 4.

			Herbert Hoover, 'La bomba atómica',
La llamada Comisión de la Vigilancia Atómica debía proceder con 'la mayor diligencia' a investigar todas las fases del problema atómico y a 'presentar recomendaciones'.
'Control técnico y científico de la atómica, para la paz',
Rovere, Richard H. “La bomba y la política internacional”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Rovere, 'La bomba', 130.

			Véase este discurso en http://world-nuclear-university.org/html/atoms_for_peace/ (consultado el 12 de marzo de 2020).

			Véase https://www.ctbto.org/ (consultado el 12 de marzo de 2020).

			Véase el contenido del tratado en https://undocs.org/A/CONF.229/2017/8 (consultado el 12 de marzo de 2020).

			En el mencionado discurso de Truman del 3 de octubre de 1945, no dudó en advertir al Congreso estadounidense de lo siguiente: 'Parece haber unanimidad en la opinión científica acerca del hecho de que todo el conocimiento teórico esencial, sobre el cual se basó el descubrimiento, es ya ampliamente conocido en todas partes'. Blackett, Patrick Maynard Stuart. . México: España-Calpe, 1950.Blackett,
Por ejemplo, tan sólo unos años después, 30 isótopos diferentes se empleaban para diagnosticar enfermedades, a la vez que media docena se aplicaban en tratamientos. A su vez, los isótopos radioactivos de cobalto o cesio se empleaban para combatir cánceres profundos. Anderson, Clinton P. “Usos pacíficos de la energía atómica”. En . México: Editorial Novaro, 1966.Anderson, 'Usos pacíficos', 112.

			Baltazar Ayala, Víctor Manuel. . Guanajuato: Imprenta Universitaria, 1996.Baltazar,
Finney, John. “Introducción”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Finney, introducción, 14.

			Baldwin, Hanson W. “La decisión sobre Hiroshima”. En . México: Editorial Novaro , 1966.Baldwin, 'La decisión sobre Hiroshima', 58.

			Frank O´Brien, 'Conclusión Catastrófica de la Presente Guerra', 8 de